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El pasado Lunes de Pascua, el grupo de familias de Ayalde y Munabe que empezamos el camino de Santiago y, poco a poco, hemos ido haciéndolo por etapas, conseguimos alcanzar nuestro destino: la catedral de Santiago de Compostela. Llegar a la meta nos ha costado dos años de travesía.

Aquel primer día en Roncesvalles, muchos no nos conocíamos de nada y quien nos iba a decir a nosotros, que íbamos a acabar forjando una gran amistad.

No todos lo empezamos desde el principio, pues, no todas las familias se habían enterado de la existencia de este plan, pero, todos los que se han ido incorporado, se han ido quedando.

En el grupo todos teníamos nuestra importancia, unos más y otros menos, pero todos aportábamos algo. En primer lugar, teníamos un cabecilla, quien se encargaba de organizar las etapas y dividirlas de una forma correcta, aunque, las madres, para nuestra fortuna, se encargaban de corregirle si les parecía que la etapa no estaba bien dividida.

 

Además de éste, contábamos con un coche de apoyo, lo cual muchas veces nos era bastante necesario si alguno se lesionaba, aunque además, se encargaba de comprar pan para hacer los bocatas para la comida, de buscarnos un sitio para comer, y de trasladar a los conductores de un lado a otro cuando finalizábamos la etapa. Y otro encargo imprescindible era el que se iban repartiendo los adultos, buscar los albergues para dormir, y en general, lo han hecho bastante bien, a pesar de que hemos dormido en todo tipo de albergues, unos muy buenos y otros no tanto. Pero los demás también teníamos nuestros encargos: estaba el que nos hacia reír con sus inimitables ocurrencias, la que llevaba el altavoz, la/el que ponía la música, el que llevaba el GPS, el que daba conversación, la/el que siempre tenia de todo e iba bien preparado, el que llevaba piedras en la mochila, la que llevaba las gominolas, la que sacaba los “selfish”, la que siempre llevaba algo de fruta, el que bailaba bien y nos hacia reír con sus bailes, los que nos hicieron las sudaderas, el relaciones sociales, el que tallaba palos, los que se encargaban de darle un toque infantil al grupo…

La verdade que tanto tiempo haciendo el camino ha conseguido que no solo seamos un grupo de peregrinos normal y corriente, si no que ha conseguido que nos conozcamos unos a otros y que entablemos amistades, y gracias a esta convivencia hemos aprendido muchas cosas unos de otros.

Ha sido un camino largo y muchas veces muy costoso, pero, siempre hemos acabado contentos, cansados, y después de cada etapa, repasábamos con un mapa lo que habíamos andado ese día, lo cual nos hacia sentir bastante orgullosos de lo que habíamos logrado.

A lo largo de este camino he visto de todo: enfados, sonrisas, lloros, abrazos, heridas de todo tipo… Pero lo que más me ha sorprendido es el compañerismo que había entre los del grupo y muchas veces con otros peregrinos. No había visto nunca a tanta gente ayudándose unos a otros.. Como todos sabemos, no todo el mundo tiene el mismo ritmo, y cuando alguno se quedaba atrás, siempre había alguien que se quedaba acompañándole para que no se quedase solo; cuando comíamos todo el mundo traía comida y si alguien traía algo que les gustaba a muchos, no tenia ningún problema en compartirlo. Incluso cuando las ampollas empezaban a hacer mella en alguno, siempre había alguien que sabía algún remedio rápido para acabar con ellas, o siempre había alguien con botiquín.

Iñigo Echeandia