Cada vez son más los ingredientes del menú para elegir colegio para nuestros hijos: idiomas, deporte, innovación, proyectos, metodología, ideario, ubicación, formación humana y cristiana… Son tantas las combinaciones para que el resultado de nuestra elección sea perfecto, que habría que fijarse en el ingrediente secreto que hará que nuestra elección sea un acierto seguro.

No se trata de una decisión en absoluto banal, ni ocasional ni transitoria. Se trata de una decisión dentro del proyecto vital de los padres y que determinará el desarrollo académico y  personal de sus hijos.

¿Qué le hará más feliz? ¿Dónde podrá mejorar? ¿Cómo podrá mejorar la sociedad? Son las preguntas esenciales que nos debemos formular al decidirnos por un colegio. Por tanto, no conviene enfocarse en el qué sino en el cómo. Educar es ayudar a otras personas a que lleguen a ser lo que pueden y deben ser.

Tanto padres como educadores estamos convencidos que es necesario educar desde la familia y desde el colegio, sin generar compartimentos estancos. Ambas deben caminar de la mano y apoyarse mutuamente.

Paradójicamente, nos encontramos con familias que centran sus intereses a la hora de elegir un centro educativo en criterios alejados a su proyecto vital y más orientados a factores económicos, servicios o facilidades que ofrezca el centro, y estadísticamente son, con el tiempo, las familias desencantadas con el mismo.

Por ello, que la premisa de toda decisión sea el ingrediente diferenciador que nos permita desarrollar nuestro proyecto de forma coherente, de manera que cada uno alcance el máximo desarrollo posible de su capacidad y de sus aptitudes, forme su propio criterio y consiga la madurez y los conocimientos necesarios para adoptar sus decisiones libremente.

Elegir el colegio por los motivos esenciales y diferenciadores

Podemos resumir lo anterior en cuatro ingredientes que aúnan los intereses de los padres cuya visión trasciende de las aulas.

–     Excelencia y amplitud en su oferta educativa. Es decir, un centro que prepara a sus alumnos para el futuro, aportando contenidos de calidad y que además logra una adecuada imagen social y educativa, asumiendo la calidad de su profesorado.

–     Estilo educativo: coherente con el objetivo de conseguir una unidad de acción; profundo, aspirando a convertir personas con criterio, con convicciones y seguridad interior; vivo no estático, basado en la atención personalizada; optimista, capaz de transmitir una visión positiva de las personas.

–     Formación completa del alumnado, formación integral de todas las dimensiones de la persona, intelectual, afectivo, corporal y espiritual.

–     Educación en valores que les permita ser persona, es decir, ser con otros desde otros y para otros: solidaridad, empatía, tolerancia, cooperación, apertura, respeto, libertad…

Formarse para conocer es vital porque como decía Aristóteles “No hay viento favorable para los barcos que desconocen su destino”.